Alfredo Scheelje: Karateca

Publicado por Carlos Portugal

junio 20, 2023

El karate, para Alfredo Scheelje, es una historia de maestros y alumnos. Lo que aprendió de sus senséis ahora lo enseña en su escuela Jundokan. Porque en las artes marciales, como en la vida, necesitamos aprender de alguien.

«Un senséi tiene la experiencia, cualidades y habilidades para hacerte mejor persona. No solo te enseña karate; más bien, te forma para la vida»

Uno
En 1983, Alfredo Scheelje viajó a Spokane en Washington para participar en un evento internacional dirigido por Teruo Chinen, uno de los pioneros del Karate Okinawense Goju-Ryu en Estados Unidos. En aquellos años, Scheelje dividía su tiempo en Lima entre las clases de Administración en la universidad y las lecciones de karate con Juichi Kokubo en el dojo. Fue él quien le cedió su entrada para asistir junto a más de cien karatecas de treinta países. De adolescente, Scheelje ya entrenaba en la escuela Zembunkan de Kokubo, junto con sus dos hermanos menores. Su estilo de combate, agresivo, destacaba por la fuerza de sus patadas. Había tenido un accidente de moto y una lesión en la vértebra, pero el karate fue una motivación para escapar de una posible postración.

Recuerda ese viaje a Spokane por dos razones: era una intensa jornada que duraba setenta horas y tenía la misión de entregarle una carta al mismo Chinen. Era una solicitud, escrita por Kokubo, para que lo aceptara como discípulo. Cuando terminó el evento, Chinen dijo que sí y lo llevó a su casa para mostrarle el espacio que tenía para sus alumnos: una loza de cemento en el garaje. El entrenamiento era extenuante y nos recuerda al argumento de una película que se estrenaría al año siguiente: Scheelje debía acompañarlo durante todo el día, y el maestro, además de practicar karate en el dojo, le enseñaba jardinería, cocina y carpintería. “En realidad, están fomentando la humildad y la disciplina. Hay personas que no están para eso y no resisten”, recuerda Scheelje. Al terminar los seis meses de su pasantía, le dijo a su maestro: “Quiero seguir su camino”. En el aeropuerto, antes de despedirse, Chinen le regaló un uniforme con una dedicatoria escrita a mano que decía: “Mano de acero, espíritu de guerrero”. Alfredo Scheelje regresó a Lima y jamás retomó sus clases en la universidad.

Dos
Dos años después de comunicarle la decisión a sus padres, viajó a Tokio para anotarse en su segundo internado de karate. La recompensa, tras cinco meses de sortear duras pruebas, era un cinturón negro en segundo dan y el permiso para poder abrir su propia escuela. Scheelje ya estaba decidido: “No cualquier karateca peruano se gradúa en Japón”. A su regreso, alquiló un espacio en San Isidro y fundó la escuela Jundokan. Incluso tuvo el padrinazgo del mismo Teruo Chinen, que lo había nombrado representante de su dojo en el Perú.

Tres
Las películas nos han mostrado que los karatecas rigen sus acciones por un código de ética mayor, que solo usan la fuerza cuando no existe otra opción y que la calma domina casi todos sus músculos antes de un golpe. A veces, la realidad se parece a las películas. O, al revés. Scheelje recuerda haber inmovilizado a un ladrón en la calle y haber desarmado a otro que lo amenazaba con un puñal. En ninguno de los casos, usó la violencia como un castigo. Como se lo enseñaron sus maestros.

Cuatro

El 2020 fue un año difícil para Alfredo Scheelje: la pandemia lo obligó a cerrar su escuela de Jundokan en San Isidro. Junto a su hijo acababa de invertir en otro local de artes marciales y perdió casi todos sus ahorros. Se reinventó y, por primera vez, empezó a dar clases virtuales. Pero, cuando acabó la cuarentena, inauguró un nuevo local en Barranco. “Un senséi tiene la experiencia, cualidades y habilidades para hacerte mejor persona”, dice Scheelje, que ha hecho de esa frase su propia filosofía de vida.

En 1986, Scheelje, asociado del Club, salió campeón nacional de karate en la modalidad kumite y viajó para representar al país en el campeonato mundial de Sídney.

Fotografía: Sanyin Wu

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