6 PUNTOS DE QUIEBRE PARA
Claudia Suárez
Ella nació, se formó y se consagró en nuestro Club. Desde los días en que iba a regañadientes a la academia de tenis hasta ahora, que tiene una cancha con su nombre. Ha sido campeona nacional de paleta frontón por más de veinte años consecutivos. Su medalla de oro en los Juegos Panamericanos Lima 2019 la inscribió en la historia del deporte peruano y hoy, a sus 55 años, toma una pausa para llegar a su mejor nivel posible en este 2024. Estos son seis momentos clave en la trayectoria de nuestra campeona Claudia Suárez.
Un primer y último campeonato de tenis
Para mi padre, el tenis es la madre de todas las raquetas. Él siempre quiso que yo y mi hermano jugáramos, así que nos metió a la academia aquí, en Villa (entonces yo tenía cinco años). Realmente, a mi no me gustaba, por varias razones. Primero, porque teníamos que vestirnos de blanco, algo que detestaba porque se me notaba todo. Además, yo quería algo más explosivo y más movido que el tenis, que no es tan rápido como la paleta frontón o el squash. Pero mi papá se empecinaba y me decía que tenía que continuar.
Seguí entrenando tenis hasta los 14 años. Entonces, en 1982, hubo en Villa un campeonato juvenil en el que participé por insistencia de mi padre. Lo gané, obtuve el trofeo y, cuando se lo entregué, le dije: “Guárdalo bien porque es el único que voy a tener”. Le anuncié también que me iba a dedicar al squash y al frontón. La verdad es que no tengo nada contra el tenis: bien jugado, es un deporte que se ve lindo, soy hincha de varios tenistas, y hasta el día de hoy juego algún partido interclubes (sobre todo, cuando necesitan a alguien que corte bolas), pero no es lo mío.
Seguí entrenando tenis hasta los 14 años. Entonces, en 1982, hubo en Villa un campeonato juvenil en el que participé por insistencia de mi padre. Lo gané, obtuve el trofeo y, cuando se lo entregué, le dije: “Guárdalo bien porque es el único que voy a tener”.
Una primera experiencia internacional en Paraguay
En paralelo al frontón, yo me dedicaba al squash, deporte que hasta hoy practico y enseño. Comencé a jugar en 1983 y, al año siguiente, entré en mis primeras competiciones. En mi primer torneo nacional quedé tercera, en el segundo comencé a ganar, así que me convocaron junto a otros diez chicos en un torneo sudamericano en Paraguay, el primero de mi carrera. Yo tenía dieciséis años.
En aquella ocasión logré llegar a la final, en la que me enfrenté a la brasileña Denise Pastore (entonces, Brasil era potencia en ese deporte). Era una mujer morena y chata, muy parecida a mí, pero con más físico. Ese era un problema que tuve durante aquellos años iniciales: no le daba importancia a lo físico. Perdí ese primer campeonato en Paraguay, pero tuve la revancha un año después en Río: nuevamente, me enfrenté a Denise Pastore en la final del Sudamericano y le gané.
Durante aquellos años iniciales, mis logros los obtenía en base a mi técnica y ubicación en cancha; cualquiera que me conozca te dirá que es lo mejor que tengo hasta hoy. Estas son cualidades que aprendí de los distintos profesores que he tenido (como Óscar Infantas o los hermanos Harry y Howard Stuart). Llegué a ganar 3 torneos sudamericanos en estos años iniciales, entre el 84 y el 87. Comencé a adelgazar, me empecé a preocupar por el tema físico, pero nunca lo suficiente. Eso pasaría mucho después y lo cambiaría todo.
Durante aquellos años iniciales, mis logros los obtenía en base a mi técnica y ubicación en cancha; cualquiera que me conozca te dirá que es lo mejor que tengo hasta hoy. Estas son cualidades que aprendí de los distintos profesores que he tenido.
Una discusión en pleno Metropolitano
El año 1997 conocí a Miguel Quiroz quien sería mi entrenador, preparador físico y podría decir que, incluso, mi psicólogo. Sucede que yo era muy temperamental en el deporte.
Lo conocí en un campeonato y me propuso entrenar junto a varios otros campeones. Me dijo que no me iba a costar nada, pero que él ponía las condiciones (que yo acepté). El suyo era un régimen muy duro. Me preguntó qué era lo que más me molestaba; yo respondí que levantarme temprano y me puso los entrenamientos a las seis de la mañana. Él lo planteó como un reto: para ver si yo aguantaba esas condiciones y me despegaba del resto. A los seis meses de entrenamiento comencé a ver la diferencia: estaba mucho más rápida, más fuerte.
Recuerdo que, en un Torneo Metropolitano en Villa, yo comencé a botar bolas de manera tonta; no sé si porque me cambiaron el juego o porque me presioné sola. Él pidió un tiempo y yo le respondí “no me fastidies”. Él se molestó. “¿Qué has dicho?”, me preguntó, y yo repliqué que no me molestara y seguí jugando. Él se paró, dijo que se iba, y se alejó de la cancha. Continué jugando, mirando de reojo a ver si volvía, pero no retrocedía, así que pedí un tiempo y salí corriendo a buscarlo. Le pedí que, por favor, no se fuera, y él me respondió “es la última vez que te escucho de esa manera”. Santo remedio. Nunca más le volví a contestar de esa manera. Realmente ha sido la única persona que ha sabido hablarme en un momento como ese; el único al que he podido escuchar y entender sin mandarlo lejos.
Veinte campeonatos nacionales consecutivos y dos derrotas inolvidables
La preparación física que realicé con Miguel Quiroz fue un verdadero punto de quiebre en mi carrera: a partir de ahí comencé a ganarlo todo. El año 1999 comencé una racha de campeonatos nacionales y en 2019 cumplí 20 consecutivos. Durante todo ese periodo, solo perdí dos encuentros que recuerdo claramente. El primero de ellos fue contra Sandra Chávez, que ha sido mi partner y amiga mía de toda la vida.
El segundo también ocurrió en circunstancias particulares. Yo había viajado a España de vacaciones y me terminé quedando un mes. No había jugado frontón ni un día. El mismo día en que regresé me pusieron partido y lo tenía que jugar de todas maneras o perdía por walk over. Mi oponente era Mariana Demichelli, una rival particular porque era tenista, así que tenía un estilo distinto al resto de frontonistas.
Ese día, el partido lo perdí, aunque tenía la oportunidad de una revancha porque en ese campeonato estaban probando una nueva modalidad de doble eliminación. Así que durante toda la semana me puse a jugar frontón rigurosamente para llegar bien al siguiente encuentro y lo gané. No estaba acostumbrada porque yo entraba a la cancha y en mi cabeza no existía la posibilidad de perder un partido siquiera.
Una rival con mano de piedra y un estadio lleno en Lima 2019
Aún recuerdo la primera vez que salí a la cancha y vi toda esa tribuna llena: la gente, las banderas, los gritos. Juro que me metí rápido al camarín, ya no quería salir. Es algo que yo ya había vivido en mis años como competidora de squash, pero esto era distinto. Era un estadio lleno. Había personas que habían acampado desde la mañana, alumnos míos que buscaban cómo conseguir entrada. Eso sumado a la presión de que tenía que ganar el oro: eran los primeros Juegos Panamericanos en los que se incluía el frontón, era nuestro deporte y éramos locales.
Mi rival en la final era la cubana Wendy Duran, a quien ya había vencido en fase de grupos. Era una chica joven, de diecisiete años, y yo tenía cincuenta y uno. Ella venía de la pelota vasca, un deporte en el que la paleta pesa mucho más, la pelota es más dura, así que su estilo de juego estaba orientado a los golpes fuertes. Wendy tenía mano de piedra. Y, para ganarle, había que aplicar más técnica que fuerza. El primer set lo gané por 15 a 4, pero, en el segundo, su entrenador le cambió la consigna: buscaron agarrarme a pelotazos. Normalmente, yo juego muy adelante y desde ahí voy moviendo a mi rival. Eso era lo que querían evitar: Wendy comenzó a reventar la bola para que yo no pudiera entrar. La estrategia les funcionó: fuimos punto a punto, yo me comencé a descuadrar, no pensé que se iba a acercar tanto, y el puntaje llegó a estar catorce iguales. Entonces ocurrió algo inesperado. Yo me había olvidado que las reglas de los Panamericanos de Lima indicaban que no había diferencia de dos puntos: al punto 15 el partido acababa. Si ven las imágenes del encuentro, se darán cuenta de que yo agarro la pelota y me dirijo a mi sitio para sacar. Wendy me miraba desconcertada, todos a mi alrededor también. Ya había ganado el partido y no me había dado cuenta.
Una final en Huánuco y una serie de encuentros jugando con faja
Tras la para debido a la pandemia, yo estaba muy emocionada por competir de nuevo. En julio de 2021, participé en el campeonato por el aniversario del Club Tenis Huánuco y competí en tres categorías. Fueron unos seis o siete partidos por día, llegué a la final y gané en dos categorías; sin embargo, terminando la final de dobles yo ya no me podía parar. Estuve sentada durante toda la premiación porque sentía un dolor de barriga horrible. Tras los exámenes, me encontraron tres hernias y había que operar de inmediato. Yo aún tenía esperanzas de ir a competir ese fin de semana a Cusco, pero el médico me dijo que de ninguna manera.
Durante cinco semanas tuve que quedarme en casa, lo cual fue terrible porque no podía entrenar ni dar clases. Al terminar ese periodo, decidí ponerme una faja y hacerlo yo misma, aunque no podía agacharme a recoger las pelotas. La recuperación duró cinco meses hasta inicios de 2022, cuando volví a entrenar y competir. En marzo, estaba jugando una final en Chincha y, en el último set, decidí quitarme la faja. Gané el campeonato, pero me costó un desgarro a cada lado del abdomen.
Desde ese momento no he podido volver a entrenar a conciencia: cada campeonato en el que he participado he aplicado más lo que sé de técnica que mi físico. La del abdomen y otra en el tendón del pulgar de la mano derecha (con la que juego) han sido las únicas lesiones fuertes que he tenido. Quise participar del torneo de maestros del 2023, pero he tenido que desistir porque tengo el tendón muy inflamado y se podría romper. He seguido compitiendo por terca, pero mejor dejar la terquedad de lado por ahora para llegar bien este 2024.