Crónicas Barcianas

Episodio XI

Por: Rey Bar–Burí

¡Qué padre...!


“¿Se han puesto a pensar en la paradoja establecida por la frase: ´Sin Kaká el Mundial es una eme´…?”, pregunté existencialmente a mis usuales compañeros de tragos del lubar, previo sorbo, obviamente, a mi vaso dechopp. “Pero bueno, al menos sí va MascherAno”, intervino al toque F. “Hey hey hey… “Suave”… no se metan con la “Élite”… que con ese rollo a ustedes los mandan al tacho”, terció Q. secando su caipirinha. ¿Nos creíamos pendejos?. No creo, pero así pasábamos esa noche líquida: liquidando los oídos de nuestros vecinos de mesas con nuestros comentarios estúpidos surgidos del juego de palabras. Juego de palabras que hacía juego con el juego más importante de todos, según creencia mayoritaria, el cual estaba a un triz de empezar. Brasil 2014 ya se iba a iniciar. Irremediablemente, pese a los piteos de los miles de brasileiros de los tres trillones de infinitos millones de favelas que hay en ese  continente con bandera. “¿Si Roberto Carlos quiere ir al estadio con su millón de amigos cuántos discos tendría que vender para hacerlos entrar a todos pagando reventa?”, me animé a interrogar aritméticamente al respetable. “No sé cuánto… pero yo creo que nica le alcanza y se va a tener que quedar solo, triste y azul con el gato que está en la oscuridad que de fútbol no sabe ni michi”, zanjó F. de un gatazo el reto de cálculo. “¡Luchopp un chopp…!”, gritó ahí nomás. “¡Y a mí otro caipirinha …!”, pidió en voz alta Q. “¿Y a este guón…  qué eme le pasó… y su clásico cuba libre?”, me interrogó F. como si yo supiera el motivo por el cual Q. no tomaba su trago de costumbre. “Dice que como Cuba no va al Mundial no merece que él tome su bebida nacional”, respondí dado que sabía el motivo por el cual Q. no tomaba su trago de costumbre. “Estás hasta las haches Q. … ¡El mojito es la bebida nacional de Cuba!”, replicó F. cambiando la dirección de su mirada. “Bueno pues… por eso, por si acaso tampoco tomo mojito”, dijo muy lógico Q. “Mejor… porque se me ha terminado la hierba luisa”, se metió en la conversación Luchopp mientras dejaba en nuestra mesa los tragos pedidos.“¿Hierba luisa?!… el mojito es con hierba buena, animal…!”, gritó F. “¡Anda burro… la hierba es del reino vegetal no animal…!”, dijo Luchopp retirándose hablando no sé qué cosas más de Wikipedia.  “¡Ya chupa nomás reconch … con tu discusión sobre hierba me hierve la cabeza… saludcinho con o mais rico trago do mundo…!”, dijo Q.  a F. empilándose con su segunda caipirinha de la noche. “Ahora resulta que porque tomas caipirinha y estás con tu polo verdeamarillo ya eres brasilero… atorrante de eme”, atacó F. “Claro pues… al menos vivo en la Brasil… en cambio tú ni eso… además… ¡Vamos a campeonar… nos llevamos la copa… Brasil… Brasil… vamos a ser los campeoncinhos…!”, se despachó conchudamente Q. “Acomplejado de eme…”, refunfuñó F. mirando de pies a cabeza a “Qzinho” al tiempo que se alisaba, como cada treinta segundos, su camiseta de… la selección argentina. ¿La paja en el ojo ajeno?. Yo seguía bebiendo mi chopp. Estas dicusiones me tenían sin cuidado. Ya estaba acostumbrado a que cada cuatro años el fútbol invadiese el último rincón de nuestras vidas. “Hasta Luchopp se contagió con la fiebre de Brasil 2014”, me animé a murmurar. “¿Lo dices por su polo colombiano… o por su “porte” alemán?”, dijo burlonamente F. mirando hacia el piso, o sea a Luchopp. “También… pero más que nada por lo “carioca” que está la chela aquí ahora”, aclaré. Brasil 2014 estaba en todos lados. Y, por lógica, se había apoderado del lubar: Estaba en los cuadros de selecciones colgados en las paredes. En los tragos con nombres de jugadores. En las camisetas que lucían los clientes… camisetas de Brasil… de Argentina… de Alemania… de España… de Italia… de México… de… ¿De México…?!! ¿Qué pasaba aquí?. Esta escena no podía sino ser interpretada por alguien alejado de la más mínima lógica futbolística –alejamiento, dicho sea de paso, extensivo a todos los otros tipos de lógica existentes. Esto no podía sino tratarse de… S. Efectivamente, un orgulloso S. se sentaba en nuestra mesa estirando todo lo que podía su camiseta de la selección mexicana para que le preguntemos la razón de su vestimenta. Cosa que lógicamente sus tres amigos… nos abstuvimos de hacer. Luego de unos minutos haciéndonos los locos con el recién llegado, este no aguantó más. “¿No me preguntan por qué estoy vestido así?!!”, nos dijo en voz alta. “No”, le dijimos al unísono. “¡Es un adelanto por el tercer domingo de junio… un homenaje!”, replicó histérico S. Silencio. “¿Y… tampoco dicen nada…?!”. Más silencio. “¡Me voy donde haya gente más inteligente que al verme con mi camiseta mexicana diga: ´¡Qué padre…!´… gente que entienda mi mensaje filial”, desaforó. “¡Sarta de w´ones… no sé cómo celebrarán ustedes el Día del padre pero yo sí voy a homenajear a los padres del mundo como se debe…! ”, sermoneó S. parándose de golpe y quitándose. F. y Q. se miraron con ojos desorbitados por la surrealista escena. “¡Qué padre… el Mundial!”, anunció desde la tele el locutor del canal azteca al empezar la inauguración.