Crónicas Barcianas

Episodio III

Por: Rey Bar–Burí

Semana Sata...


“… iniciando nuestra programación especial, este jueves a las 7 de la noche no se pierda ´Ben Hur´… el viernes, desde el mediodía, ´Los 10 Mandamientos´…y el sábado a las 3 de la tarde, ´Él Cid Campeador´…”, se oyó por el televisor del lubar señalando así el acontecimiento que desde que tengo uso de razón se produce religiosamente por esta época en nuestro cristiano Perú: el inicio de la Semana… de Charlton Heston. O el inicio de Semana Santa, como también se le conoce por estos predios.
             “A ver… estamos quedando en que tú te encargas de la leña, ah…”, le dijo Q. a C., interrumpiendo mis hestonianas reflexiones para proseguir el listado que intentaban hacer desde que llegaron a mi mesa. “¡Y suave dónde la compras… no vayas a llevar leña mojada como el año pasado!”, renegó F. acordándose de esa pequeña anécdota que les permitió a todos disfrutar de un memorablecampamento… sin fogata. “¡Pucha… hablando de leña mojada… la garganta está seca, no?… ¡Luchopp… un par de chelas!”, reaccionó C. ante el recuerdo del pasado incidente. “¡Respeta o´e… estamos en semana Santa… Luchopp, cancela el pedido… tráete un vino!”, corrigió en seguida F. el pedido de nuestro amigo, al tiempo que decía no sé qué sobre la sangre de Cristo. “¡Sopa le dieron al niiiño… no se la quiso tomaaar… y como estaba tan duuulce… se la tomó San Joseeé…!”, retumbó de pronto en los parlantes del equipo luego de que Luchopp, orgullosísimo, recurriera a uno de los 3,723 villancicos de  Los Toribianitos según él para “conmemorar la sagrada fecha” en mención, confirmando con su atinadísima acción que como cristiano  era el mejor barman de la galaxia.
Mientras la lista que hacían mis amigos crecía, y la botella de vino disminuía, fui cayendo en la cuenta de una muy particular transformación: el ambiente de Semana Santa empezaba a invadir  el lubar. Eso se notaba a leguas. El fervor casi podía cortarse con cuchillo de utilería ¿No me creen? A ver, por ejemplo en la barra tres patitas con pinta de todavía estar en alguna pre  se cuestionaban, libro en mano, sobre los misterios de Cristo. “¿Cristo Redentor?… No sé… la  verdad  es  que yo nunca he oído hablar de esta empresa de transporte, ah…”, decía uno de ellos leyendo un pequeño aviso de las páginas amarillas. “¿Y si nos vamos en esta… Cristo Rey… suena más confiable, no?”,  agregó otro preocupado por cómo llegarían a su destino turístico en este feriado largo. Más allá unas intranquilas chibolas sopesaban las inconveniencias de las hamburguesas de pollo frente a las de carne de res. “¡Estás loca… en Semana Santa no se come carne… eso es pecado, así que yo voto por las de pollo!”, dijo la más rubiecita, feliz seguro de, con su salomónguica decisión, haber cumplido con uno de los “siete Mandamientos de la Ley de Dios”. Más cerca, en la mesa contigua a la nuestra para ser más exactos, un grupo mixto enumeraba devotamente las poderosas razones para ir a Ayacucho en esta importante fecha. “¡Allí están las mejores discotecas…!”, dijo una fémina, resumiendo las ventajas de esa ciudad donde mejor era irse desde el miércoles en la mañana porque sino sólo quedarían hoteles donde las frazadas apestaban a llama y el agua caliente se acababa al toque, chicos. En otro rincón la discusión giraba en torno a la santidad. ¿Santa Clara o Santa Teresa?, era la duda que angustiaba a ciertos sedientos feligreses ronísticos, mientras que por otro lado el conmovedor genuino deseo de algunos por intentar ver la luz se manifestaba mediante el encargo mutuo de lamparines, linternas y hasta grupos electrógenos para el tradicional camping ¿Semana SATA…?, pensé no sé por qué.
“¿Y a ti… qué te toca llevar…?”, me preguntó S. sacándome de mis cavilaciones. Recién llegado sin que lo note, ramito en mano (producto seguro de haber acompañado a su casa a alguna flaca en el domingo de ramos adelantado), mi amigo me miraba intrigado por saber con qué contribuiría al campamento de Semana Santa. “Con nada, porque no voy de campamento”, respondí sin que él alcanzara a escucharme por la potencia de los cánticos (con lo que en mi mente se desbarató la teoría de que Los Toribianitos estaban perdiendo la voz). Así pues, S. continuaba mirándome con ojos de cachorro de topo esperando mi respuesta. “¡Qué no voy de campamento en Semana Santa…!”, grité esta vez para que me oyera, justo cuando terminó la canción. Entonces se hizo un sepulcral silencio.
Y sentí como si las miradas de la mayoría desaprobaran tamaño sacrilegio de negarse a celebrar Semana Santa. Vacié el último contenido de la botella en mi vaso y me lo bebí de golpe. Salud. “Todo está consumido”, se me oyó eructar.